El otro día estuve en el veterinario, para revisión de mi gato que había estado resfriado y ya de paso, para “pasarle la ITV”. Durante las 3 horas que estuve allí esperando, sin nada que hacer, tuve la ocasión de observar a todos los que por allí pasaron. Me llamó mucho la atención las conversaciones que entre nosotros se generaban, y que me recordaba las charlas entre padres en una sala de espera del pediatra: si eran buenos, si dormían mucho o no, si comían bien, que si cuanto tiempo tiene, sus juguetes favoritos… Es normal, una mascota se suele convertir en uno más de la familia. Pero lo que ya me hizo pensar, es como se relacionaban con sus mascotas. A estos animalitos los tenían en brazos casi todo el tiempo, los dejaban jugar buenos ratos y solo les llamaba la atención en casos concretos, los acariciaban constantemente, los mecían, los besaban, les hablaban con ternura cariño y con ese tonillo más fino que ponemos todos…Incluso algunos habían desarrollado una gran capacidad para “escuchar” las microseñales que expresaban sus mascotas e interpretarlas correctamente: “Cuando pone los ojillos así es que está asustado”. “Cuando pone las orejas así es que…”
De todas las personas que observé creo que ninguno se planteaba si todas esas expresiones de afecto hacia sus mascotas pudieran malcriar o pudiera ser incompatible con la disciplina y la buena educación del animalito. Todo lo contrario.
Lo más sorprendente es que un par de ellos venían con su hijo, y en ese tiempo, la comunicación, la interacción y las muestras de cariño fueron más hacia su perro que a su hijo, y con esto no quiero decir que lo quisera más, en una proporción de 5 a 1 (aproximadamente ya que no hice una medición, pero sería cuestión de hacerlo). ¿Pero por qué? ¿Quién fue a quien se le ocurrió decir que no fuéramos afectuosos con nuestros hijos?, ¿en qué momento se dijo que no abrazáramos “demasiado” a nuestros hijos? ¿En base a qué cuando todos los estudios actuales dicen lo contrario?
Pero ha quedado tan arraigado a nuestra cultura, a nuestro comportamiento, que así lo seguimos haciendo, y sin embargo nos permitimos ser más instintivos con nuestras mascotas, y sin saberlo lo hacemos mejor.
Quizá es hora de volver a hacerle caso a nuestro instinto y sentido común
Es hora de volver a escuchar a nuestros hijos y no escuchar tanto a los demás.
Tahiré
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